La supervivencia de los pacientes oncológicos ha aumentado sustancialmente en los últimos años. Asimismo, el aumento de la esperanza y la calidad de vida hacen que se traten neoplasias en pacientes cada vez más mayores, que pueden presentar factores de riesgo cardiovascular o incluso enfermedad cardiovascular establecida.
Diversos factores relacionados con el cáncer aumentan el riesgo cardiovascular de los pacientes que lo padecen. Por un lado, la propia enfermedad neoplásica conlleva un estado inflamatorio y protrombótico que favorece la formación ateroesclerótica, y aumenta el riesgo de eventos isquémicos. Estos pacientes tienen por lo tanto con gran frecuencia cardiopatía isquémica. Por el otro, uno de los efectos adversos más habitual de los tratamientos usados para tratar el cáncer, ya sean quimioterapia (sobretodo antraciclinas), radioterapia, tratamientos hormonales o anticuerpos monoclonales es la cardiotoxicidad directa, favoreciendo la aparición de una insuficiencia cardíaca, cardiopatía isquémica o arrítmias.
Esta cardiotoxicidad puede darse tanto a corto como a largo plazo, y es este caso, el que cada vez más nos encontraremos en las consultas de Atención Primaria. Se calcula que hasta un 5% de los pacientes tratados con antraciclinas desarrollarán una insuficiencia cardíaca. Sin embargo, un porcentaje mayor puede presentar una disfunción del ventrículo izquierdo asintomática, causada por casi cualquier tipo de quimioterápico.
La actualización de la Guía europea para el abordaje de la HTA, publicada en octubre de 2018, por primera vez recoge dentro de sus directrices, al paciente oncológico que presenta además HTA, y al paciente superviviente de cáncer.
Se estima que casi un tercio de los pacientes con cáncer presentan además HTA y/o síndrome metabólico. Hasta cierto punto lógico, pues ambas enfermedades presentan una edad de presentación común. Además, la HTA puede ser una consecuencia directa de los fármacos usados para el tratamiento del cáncer. Este efecto presor de los antineoplásicos, suele aparecer en las primeras semanas de inicio del tratamiento.
¿Qué deberíamos hacer con estos pacientes?
Podría ser conveniente hacer un cribado de posibles factores de así como de signos tempranos de enfermedad cardiovascular.
La promoción de unos hábitos de vida saludable será especialmente relevante en estos pacientes. En el caso de la HTA, y de ser preciso el tratamiento farmacológico, los fármacos de primera elección serían los inhibidores del sistema renina angiotensina, lo calcioantagonistas, y la combinación de ambos. En el caso de los calcioantagonistas, se debe optar por los dihidropiridínicos, puesto que los demás interaccionan con muchos de los antineoplásicos, y podrían aumentar su toxicidad.
Los beta-bloqueantes, los IECA/ARAII y los antialdosterónicos pueden tener su utilidad en los pacientes que presentan algún tipo de alteración ventricular e incluso pueden tener un efecto protector.
No queda muy claro si serían necesarias o útiles pruebas de imagen específicas para determinar de forma temprana la existencia de enfermedad cardiovascular subclínica. De la misma manera, aunque se han propuesto algunos biomarcadores de enfermedad cardíaca (como troponinas o Pro-BNP) que pudieran ayudar a la detección precoz de las alteraciones cardiovasculares, por el momento no queda del todo bien establecidoy no hay directrices claras a seguir.
Lo que si es una realidad es que estos pacientes vamos a encontrarlos en nuestras consultas, y probablemente habrá que considerar la enfermedad neoplásica, igual que otras enfermedades que promueven un estado inflamatorio crónico, como nuevos factores de riesgo cardiovascular, que será necesario tener en cuenta y tratarlos en consecuencia, adaptando pautas de monitorización y seguimiento. La estrecha cooperación entre distintos especialistas será más necesaria que nunca.
Mència Benítez Camps
Grupo de trabajo en HTA de la semFYC
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Bibliografía
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