A diario encontramos en nuestra vida cotidiana numerosos comportamientos que tienen que ver con la venganza. Podríamos decir que este término obedece a un instinto muy profundo que, de alguna manera, busca restablecer un equilibrio perdido. Los actos de venganza, muchas veces son el fruto de sentimientos de dolor o humillación consecuencia de algún tipo de abuso.
La venganza ha estado presente desde el principio de la humanidad y ha servido como fuente de inspiración para un incontable número de historias en la música, la literatura e incluso el deporte. Sus actos, en muchos casos están asociados a conductas agresivas cuyas consecuencias impregnan tristemente las noticias con que desayunamos cada día. Parece ser que la satisfacción de la catarsis al restituir la ofensa comparte espacios neuronales con la sensación del placer. De hecho, algunos estudios apuntan a que las personas que tienen la posibilidad de vengarse frente a quien les ha ofendido ven regulado antes su equilibrio emocional. Pero: ¿Podemos afirmar que se trate de un equilibrio duradero?, ¿Desaparece definitivamente el dolor? ¿La venganza nos libera realmente del daño que una vez nos infringieron?
Confucio decía “Antes de embarcarte en un viaje de venganza cava dos tumbas”. Ya afirmaba entonces el sabio que la venganza también acarrea secuelas quizá tan injustas como la ofensa inicial y esto a veces no hace sino alimentar un ciclo del sufrimiento que termina por devolver incrementado el daño a la persona que inicialmente lo soportó.
No se trata de hablar en términos moralizantes. No somos quien para decir a nadie lo que debe hacer en este sentido. Aunque sí podemos aconsejar, como médicos y como personas algo tan sencillo como: No renuncies a tu libertad. Si tu deseo de venganza te esclaviza puede que debas liberarte de él. En torno a esta reflexión viene a mi mente el siguiente relato:
Estaba una vez tratando un maestro con sus alumnos sobre las relaciones entre las personas. Uno de ellos le preguntó:
– ¿Cómo sabremos de qué manera debemos comportarnos en cada circunstancia?
Entonces el maestro sacó algunas pelotas de una bolsa. A primera vista todas se parecían mucho entre sí. Según se las iba pasando a su alumno le indicó: — “Ve lanzándolas una a una contra la pared de enfrente” —. La primera pelota resultó ser de goma, el alumno la lanzó con fuerza y esta rebotó contra su propia cara, después cayó sobre una mesa y rompió una figura de porcelana que había cerca de allí. La siguiente era una bola de cristal. En este caso rebotó muy poco contra la pared pero se hizo añicos al caer al suelo y salpicó a algunos de sus compañeros. Por último le pasó una bola maciza de metal. Cuando esta chocó con la pared provocó un descascarillado en la pintura y dejó una grieta al descubierto.
El alumno miraba expectante a su maestro. Este le dijo:
– Si continúo pasándote pelotas ¿Podrás adivinar qué consecuencias tendrá cuando las lances contra la pared?
– No — respondió el alumno — Quizá me pueda imaginar cómo responderá la pared frente a cada pelota aunque no lo sabré a ciencia cierta hasta que esta haya sido lanzada.
– Buen apunte— afirmó el maestro—. En la vida nos toca jugar con pelotas muy diferentes y, aunque podamos imaginarlo, no siempre sabremos a ciencia cierta qué será lo que pase cuando hagamos nuestro juego. Sólo hay algo sobre lo que tenemos poder.
– ¿Qué es maestro?
– Es la fuerza, la dedicación y el amor que pongamos en hacer de nuestro lanzamiento, el mejor posible en cada caso. Nuestro esfuerzo, en el juego de la vida, debería orientarse en este tipo de elección. La venganza asienta muchas veces sobre emociones primarias de ira, miedo y tristeza. Sirve de alimento al resentimiento y la negatividad de las personas cuyas consecuencias sobre su vida y su salud es difícil que resulten buenas. El deseo de venganza, como cualquier sentimiento, es una pelota más que todos podemos encontrarnos y que, de una manera u otra, deberíamos aprender a lanzar.
Estaría bien analizar, en la medida de lo posible, de qué material está hecha y las consecuencias que pueda traer en los demás o para uno mismo. Entonces podremos elegir con libertad, aunque salpique a otros, aunque rebote en nuestra propia cara o aunque agrietemos la pared de nuestra casa.
Alguien dijo una vez que “el perdón es la venganza de los hombres buenos” a lo que podríamos añadir: y de los sabios… y de los sanos también.
Javier Bris Pertíñez
GdT Salud Basada en Emociones semFYC
1. http://www.bbc.com/mundo/especial-39504728
2. http://psycnet.apa.org/record/2016-52939- 001