Quizá mezcla de muchas emociones: cansancio, hastío,… Incluso falta de emociones. Hace un tiempo que la vengo detectando en mí. No es nueva, pero si recurrente. De más joven aparecía esporádicamente, ahora se ha convertido en compañera de viaje de mi trabajo:
- Mujer de 58 años, obesa, desde hace unos días presenta dolor en rodilla derecha de características mecánicas que sugieren artrosis. ¡qué pereza levantarme a explorarle la rodilla! Ya sé cómo va a ser la exploración…
- Varón de 70 años que desde ayer presenta sensación de giro de objetos con los movimientos que cede si se queda quieto. ¡qué pereza preguntarle por otros síntomas asociados!¡qué pereza levantarme para hacerle una exploración neurológica que será normal y unas maniobras de provocación! Si ya se que es un vértigo periférico…
- Chica de 16 años con faringoamigdalitis viral. ¡Qué pereza explicarle que no precisa antibiótico y los motivos para volver a consultar!
- Varón de 45 años en su domicilio con lumbociatalgia que recurre tras unas semanas libres de dolor. ¡Qué pereza volver a explorarle reflejos, fuerza, sensibilidad…!
- Atiendo por el teléfono una gastroenteritis en paciente de riesgo. Al colgar me doy cuenta que he olvidado decirles que se fijen en la cantidad de orina por si se deshidrata. Que pereza volver a llamarle! Seguramente volverán a llamar si lo notan, y lo más probable es que no llegue a la deshidratación…
Hace unos meses leí un artículo en el que se explicaba un estudio que mostraba que los años de ejercicio de la medicina y la experiencia mejoran la precisión diagnóstica con menor número de preguntas en la anamnesis y acortan el tiempo de las consultas haciendo estas más eficaces.
Siendo ésto cierto, sospecho que el dejarme llevar por ésta pereza que me acecha no es bueno para mí ni para mis pacientes y que el dejar de ser sistemática me hace acercarme peligrosamente a borde del error. Y me hace pensar en cual es el equilibrio perfecto que combine experiencia con excelencia. Por eso estoy muy pendiente de mis emociones (en eso me ayuda el ejercitar el estar centrada en el presente). Y en cuanto detecto que se asoma la pereza me preparo para combatirla.
Normalmente lo consigo. Me ayudan mis valores, mis creencias y mis pensamientos (y también un poco el miedo a equivocarme):
Esta persona se merece la mejor atención que yo pueda darle
La exploración confirmará mi presunción diagnóstica y me dará más seguridad y menos incertidumbre
Es muy importante que esta persona se dé cuenta de que le he escuchado, tengo en consideración lo que me cuenta y me hago idea exacta de su problema
Si dedico un poco más de tiempo a escuchar, explorar y explicar, probablemente se quede más tranquilo y no consultará por el mismo problema
¿Y si fuera otra cosa de la que yo estoy pensando?
Aunque he de confesar que según qué días y a según qué horas consiento que la pereza me gane la batalla. Hay algo de placentero en ese rato. Pero luego me deja un regusto amargo, como de inquietud e insatisfacción. Y ese desasosiego me hace coger de nuevo mis armas y lanzarme a la pelea.
Malvenida pereza, sé que has venido a quedarte, siéntate aquí a mi lado pero no me molestes. No pienso dejar que cojas las riendas. Y sé cómo hacerlo: mirar la persona que tengo al otro lado de la mesa o al otro lado del teléfono.
Charo Elcuaz Viscarret
GdT Salud Basada en Emociones Semfyc